lunes, 1 de diciembre de 2008

Hoy me lelvanté

Hoy me levanté con una sensación extraña.
Apenas me desperté, me toqué la cara y descubrí que mis labios eran más grandes y gruesos que ayer. Enormes, más grandes que mi nariz y mis ojos juntos, pero no más que mis orejas.
Mis orejas también crecieron, parecen mariposas, si las midiera con una regla serían más grandes que mis brazos.
Pero mis brazos también han cambiado, parecen fideos y se han encogido a la mitad. Mis dedos, al contrario, crecieron el doble. Soy un monstruo. Miro hacia abajo para ver que mi columna vertebral ya no es vertical, es más bien horizontal.
Uno de mis pies encogió, pero el otro creció un poquito. Mis dedos son negros, pero no todos, uno se pintó de rojo y otro de amarillo. ¡Soy un monstruo!
Mis párpados parecen de tela y me cuelgan hasta la barbilla como si fueran una larga cortina.
Mi barbilla tuvo suerte, sigue en su lugar, no así mis cachetes que se subieron hasta la frente.
¿Y mi frente? Continúa donde estaba, aunque la noto cada vez más blanda. Mi cabello creció un poco, pero se enroscó y ahora es difícil de desenmarañar.
Tengo que ir al baño, ver cómo puedo resolver esta desgracia, encontrar rápido una solución porque no puedo salir a la calle así.
Camino, pero una actividad tan sencilla se vuelve imposible, así que me arrastro.

- ¡Matías, vente ya a desayunaaaaaaaaaaaaaar! – escucho que gritan desde la cocina. Seguramente es mi mamá.
- ¡Ya voy! – le respondo.

Al llegar al espejo, abro la llave y me mojo el rostro. Me seco con una toalla, enfoco la mirada en mi imagen y suspiro porque todo ha sido una pesadilla.

¡Hay un chango en mi sopa!

Ana tenía mucha hambre después de tanto caminar. Así que sin pensarlo dos veces entró a un extraño lugar. El restaurante estaba solo. Se sentó en la mesa del centro, pidió el menú y ordenó la comida. El primer plato llegó, con una ingrata sopresa.

- Señorita mesera - gritó- , hay un chango peludo en mi sopa.
- No se preocupe, no tiene nada que temer, es muy simpático y todavía no aprende a morder.
- Lo siento señorita, esto no lo puedo aceptar, le ruego por favor me lo mande a cambiar.

Dos minutos más tarde, el plato regresó con otro ingrediente especial.

- Señorita mesera, hay un gato con tenis en mi sopa.
- No se preocupe, no tiene nada que temer, es muy callado y sabe correr.
- Lo siento señorita, no lo puedo aceptar, le ruego por favor me lo mande a ronronear.

Después de algunos minutos, el plato regresó, con otro animal, éste más grande y mucho más elegante.

- Señorita mesera, hay un pingüino en mi sopa.
- No se preocupe, no tiene nada que temer, es muy educado y sabe tejer.
- Lo siento señorita, no lo puedo aceptar, le ruego por favor me lo mande a un glaciar.

Después de regresar de la cocina, la mesera regresó con otro animal, más gordo y con aires de intelectual.

- Señorita mesera, hay un rinoceronte con lentes en mi sopa.
- No se preocupe, no hay que temer, es muy simpático y hasta sabe leer.
- Lo siento señorita, no lo puedo aceptar, le ruego por favor que lo lleve a un recital.

Ni tardo ni perezosa, la mesera volvió corriendo, sudando la gota gorda.

- Señorita mesera, hay un camaleón en mi sopa.
- No se preocupe, no tiene nada que temer, cambia de color y además le da muy buen sabor.
- Lo siento señorita, esto no lo puedo acepar, le ruego por favor que a mi sopa no se venga a camuflar.

Cansada de tanto ir y volver, la mesera por fin llevó el plato sin ningún animal. Ana ya no deseaba que nadie jugara en su sopa. Sin embargo, escondida entre los fideos, una mosca nadaba alegre. Ana, tenía tanta hambre que no pudo esperar más, así que se apretó la nariz, cerró los ojos, miró hacia arriba y se engulló al animal.

La Vaca indecisa

Había una vez una vaca tan, tan, tan , pero tan gorda, que los que la veían la confundían con un elefante.

- Miren a ese elefante blanco con manchas negras, decía la gente que la veía por el campo.

Y ella se ponía triste, triste. Así que decidió ponerse a régimen, empezó a comer poco, rechazaba la pastura, bebía el agua suficiente, corría de un lado al otro del establo, hacía ejercicio todo el día, levantaba a las otras vacas para fortalecerse y dormía poco.
En un mes de dieta, la vaca había bajado tanto de peso que era irreconocible.
Así que había una vez una vaca tan, tan, tan, pero tan flaca, que la gente pensaba que era un perro.

- Miren a ese perro blanco, con manchas negras, qué raro.

Confundida, la vaca, comenzó a comer otra vez. Sólo grasas para subir pronto de peso y sentirse más fuerte. Así que redobló el ejercicio, no quería sólo ser más pesada, sino fortalecer sur músculos, ser más atractiva.

Así que había una vez una vaca tan, tan, tan pero tan musculosa y fuerte, que la gente la confundió con un felino.

- Miren a ese felino blanco, con manchas negras, qué fea que está, le gritaron.

Todavía más triste, la vaca dedicó sus ejercicios a ponerse más guapa, dejó el ejercicio, utilizó la pastura para hacer tintas de colores y maquillarse, se hizo un collar con las piedras que encontró a su paso y con una rama se peinó para estar a la moda.

Así que había una vez una vaca tan, tan, tan, pero tan glamorosa que se veía muy artificial.

- Miren a ese felino blanco con manchas negras que parece vaca, está muy guapa, pero seguramente es muy tonta, susurraron a su lado.

Totalmente desesperada y con más peso que antes, la vaca decidió que tenía que leer todos los días los periódicos, adquirió muchos libros y unas gafas para ver de cerca.

Así que había una vez una vaca, tan, tan, tan, pero tan intelectual, que la gente dudó de ella.

- Miren a esa vaca, se ve que es muy pretenciosa.

Cansada de todo, la vaca tiró sus pertenencias a la basura, sólo guardó en el establo los libros y el maquillaje que más le gustaron y decidió engordar y ser una vaca en toda la palabra. Gorda, gorda, pero muy vaca.

La Señora come moscas

Una señora vieja, muy vieja se tragó una mosca mientras dormía con la boca abierta en su mecedora.
Dentro de su estomago, la mosca creció y creió y se hizo vieja en unos pocos días.
De todo esto la vieja no pudo enterarse porque seguía dormida. Cuando despertó, la mosca quería ya irse a buscar otro lugar para vivir, pero la vieja tenía ahora la boca cerrada.
Así que esperó unas horas más para que la señora se volviera a dormir a pierna suleta y volviera a suceder.
Pero no pasó nada.
La vieja fue al cine, y se mantuvo atenta a la película, sólo abría la boca para comer palomitas o tomar refresco.
Después la viejita caminó en el parque y dio de comer a los pájaros las pocas palomitas que quedaron en la bolsa. Y la mosca esperó paciente.
Cuando regresó a su casa, cansada después de cocinar y de comer y hacer el aseo, se sentó a ver la tele en su silla.
En ese momento se durmió profundamente, pero la mosca, cansada de tanto esperar y de vagar de ahí para allá en el estómago, se durmió también y perdió la oportunidad.
Al día siguietne conoció a más moscas que como ella se habían metido al cuerpo. Eran muchas, estaban contentas ahí adentro, pero ya querían buscar otros aires.
Como ella, habían tratado de salir antes, pero justo cuando se dirigían por la garganta, la viejita siempre se despertaba dejandolas sin oportunidad de salir. O cuando por fin se dormían, las moscas también tenían sueño, pues aunque no lo crean, las moscas también duermen.
Al día siguiente planearon su gran fuga. Habían decidido permanecer en vela toda la noche no importara lo cansada que estuvieran. Si alguna de ellas intentaba dormirse se daban codazos entre ellas para despertarse unas a otras.
Cuando por fin se durmió, las moscas salieron disparadas. Todas escaparon menos una, que llegó en el mismo momento que el nieto que la despertó a empujones sólo para decirle:

- Abuelita, no duermas con la boca abierta que se te meten las moscas.

lunes, 29 de septiembre de 2008

El Ratón y el Elefante

Un día un ratón se levantó por la mañana con una oreja de elefante grande grande pegada a su cabeza.
Al mismo tiempo, pero en otra parte del mundo, a un elefante azul le habían brotado cuatro patas de ratón.
El ratón se vio en un espejo y no lo podía creer. Intentó correr pero sus grandes orejas se lo impidieron.
El efante se dio cuenta de su transformación cuando vio su silueta reflejada en el estangue donde tomaba agua. Al intentar inclinarse se cayó por el peso del cuerpo y entonces supo que algo había cambiado.
Aunque fue difícil adaptarse a sus nuevos elementos, con el tiempo ambos lo hicieron.
Los dos se sintieron ridículos e inútiles hasta que descubrieron que sus nuevos miembros le permitían hacer cosas que antes no podían. Aunque había perdido estatura, el pesado y lento elefante podía correr más rápido que todos sus compañeros.
El ratón, por su parte, ahora no sólo podía oler la comida, su oreja le permitía escuchar voces lejanas y conocer sitios donde había alimento y protección.
Después de algunas semanas, misteriosamente, la oreja del elefante cayó como una hoja de otoño de la cabeza del ratón y brotó una nueva, mucho más pequeña. Mientras dormía junto a varios colegas, las patas de ratón se borraron del cuerpo del elefante azul y en su lugar surgieron las viejas y gruesas patas que tuvo siempre.
Los dos suspiraron aliviados por volver a su forma original. Pero lo que no sabían es que, como si fuera una enferemdad, el virus de las mutaciones continuó por las selvas y los bosques.
De la noche a la mañana a una águila le creció una pata de pato, al pato unas pezuñas de tigre, al tigre unas alas de vampiro, al vampiro unos cuernos de toro, al toro unas plumas de guajolote, al guajolote patas de de jirafa y a la jirafa una gran cola de chango.

lunes, 25 de agosto de 2008

El Conejo y el Coyote

Francisco Toledo y su hija Natalia presentarán la próxima semana "El Conejo y el Coyote", cuento inspirado en la tradición zapoteca. El libro está editado por el FCE.
Aquí más información.

viernes, 22 de agosto de 2008

Una autora

Tessie Solinís es , para mí, una de las mejores escritoras de cuentos para niños. Sin embargo, su faceta literaria no es tan conocido tanto como su activismo ecológico.
Esta es su nuevo sitio de internet donde podrán ver cuentos que ya ha publicado y, lo mejor, cuentos inéditos.

No sólo cuentos

No sólo de cuentos vive este blog. Esta página tiene el objetivo de ofrecer información sobre actividades para niños registradas recientemente en librerías, cafés y bibliogecas de la ZMG. Todas de entrada libre. Aquí van algunas, con teléfonos y ligas para los interesados.


Gandhi
Cuentacuentos todos los sábados de 12.00 a 12.45 horas.

Librería José Luis Martínez del FCE. Todos los sábados cuentacuentos de 10.30 a 13.30. Además talleres para hacer un libro, expresión artística y pintura los sábados a partir de las 12.00 horas.
Más información al teléfono 36 15 12 14

Biblioteca Octavio Paz.
Talleres matutinos los sábados de 10 a 12 de la mañana y de 16 a 18 horas. Más información al teléfono 3614-1506

Sorbo Café.
Cuentacuentos. Todos los sábados a las 17 horas.

Librería Mariano Azuela. Sábados de 12 a 14 horas talleres de literatura infantil“¿Cómo escribir tu propio cuento?“ y “Confeccionar tu libro“.

En el Museo Globo del Ayuntamiento de Guadalajara, cuentacuentos el 19 y 20 de julio de 10:30 a 12:30 horas y los Cuentos del Pequeño Escribano el 29 de julio al 31 de julio. Más información al 3669-13-81.

Teatro.
Grupo. La Nave de los Sueños
“Cuentos a la luz de la luna“
Autores: Aline Petterson y Michael Ende.
Director: Adrián Nuche.
Funciones: t odos los domingos de agosto a las 12.00 horas en el ex Convento del Carmen.

martes, 12 de agosto de 2008

El Ratón con orejas de elefante

Un día un ratón se levantó por la mañana con una oreja de elefante grande grande pegada a su cabeza.
Al mismo tiempo, pero en otra parte del mundo, a un elefante azul le habían brotado cuatro patas de ratón.
El ratón se vio en un espejo y no lo podía creer. Intentó correr pero sus grandes orejas se lo impidieron.
El efante se dio cuenta de su transformación cuando vio su silueta reflejada en el estangue donde tomaba agua. Al intentar inclinarse se cayó por el peso del cuerpo y entonces supo que algo había cambiado.
Aunque fue difícil adaptarse a sus nuevos elementos, con el tiempo ambos lo hicieron.
Los dos se sintieron ridículos e inútiles hasta que descubrieron que sus nuevos miembros le permitían hacer cosas que antes no podían. Aunque había perdido estatura, el pesado y lento elefante podía correr más rápido que todos sus compañeros.
El ratón, por su parte, ahora no sólo podía oler la comida, su oreja le permitía escuchar voces lejanas y conocer sitios donde había comida y protección.
Después de algunas semanas, misteriosamente, la oreja del elefante cayó como una hoja de otoño de la cabeza del ratón y brotó una nueva, mucho más pequeña. Mientras dormía junto a varios colegas, las patas de ratón se borraron del cuerpo del elefante azul y en su lugar surgieron las viejas y gruesas patas que tuvo siempre.
Los dos suspiraron aliviados por volver a su forma original. Pero lo que no sabían es que, como si fuera una enferemdad, el virus de las mutaciones continuó por las selvas y los bosques.
De la noche a la mañana a una águila le creció una pata de pato, al pato unas pezuñas de tigre, al tigre unas alas de vampiro, al vampiro unos cuernos de toro, al toro unas plumas de guajolote, al guajolote patas de de jirafa y a la jirafa una gran cola de chango.

miércoles, 2 de julio de 2008

El hombre que no sabía nada

El hombre que no sabía nada vivía en lo más alto de un monte, entre árboles y un río, muy lejos de la ciudad.
La gente conocía de su existencia porque cada seis meses lo veían bajar del monte al pueblo para hacer cosas comunes como comprar la comida o pasear a su perro.
El Hombre que no sabía Nada era callado, vestía siempre con colores oscuros y usaba un anticuado sombrero rojo. Los pocos que se acercaban a platicar con él decían que era el hombre que menos cosas conocía del mundo y de sí mismo. Lo notaban en sus rápidas y secas respuestas:

- ¿En dónde naciste?
- No sé.
- ¿Cuántos años tienes?
- No sé.
- Te gusta estar callado.
- No. Sí. La verdad es que no sé.
- ¿Sabes por qué el cielo es azul?
- No.
- ¿Sabes por qué existe el día y la noche?
- No.
- ¿Cuánto es dos más dos?
- Lo desconozco.
- ¿Y el nombre del pueblo?
- No.
- ¿Sabes sumar, restar, multiplicar o dividir?
- No.
- ¿El alfabeto?
- Tampoco.


A la gente le parecía inexplicable que existiera una persona en el mundo que no supiera nada de nada, que fuera incluso incapaz de decir su nombre, definir el color de la ropa que vestía, nombrar una parte de su cuerpo o de cualquier cosa que veía.
La gente lo compadecía y muchas veces le regalaba libros, mapas, diccionarios.

- Pobrecito, qué ignorante es. Seguramente es muy infeliz-, decían.

Lo que ignoraban era que el Hombre que No Sabía Nada se sentía el más afortunado de todos. Cada día aprendía una cosa nueva. Entre menos sabía, mejor para él. El día más feliz de su vida fue cuando descubrió que ese fluido que se le escapaba de las manos cuando se lavaba la cara en el río se llamaba agua.

sábado, 14 de junio de 2008

Los números de Ana

Todos dicen que Ana está loca. Menos Ana. Todos piensan que perdió el juicio. Menos Ana. Ella dice que la normal es ella y que quienes están locos y han perdido el juicio son ellos. Es decir, los que no son como Ana.
A Ana le gustan las matemáticas. Sueña con los números, se apasiona con los digitos, tiene más de 50 libros sobre matemáticas en su casa, un póster de un famoso matemático inglés en la pared de su cuarto, 9 calculadoras y muchas hojas de cálculo. Ana tiene 10 años y algunos minutos de vida. Es fácil saber su edad porque Ana, al final de cada jornada, escribe en un pequeño diario las horas que ha acumulado durante ese día, así que a Ana no sólo le gustan las matemáticas, sino también la precisión. Cada cierto tiempo, cuando camina o recorre las calles en bicicleta, se detiene para apuntar y hacer cáculos, lo que le permite actualizar su edad varias veces a lo largo del día. Le gusta sumar, restar, multiplicar, dividir. Pero lo que más le gusta es encontrar la respuesta a sus pequeñas ecuaciones, a los acertijos numéricos que a diario se inventa.
La libreta donde escribe todo es pequeña. Mide 3 por 4 centímetros y no pesa más de 30 gramos. Estas especificiaciones ella mismas las escribió en la portada de la libreta dos días después de que la compró, después de que la midió y la pesó en la báscula que su mamá compró para ver cuántos kilos había bajado después de la´ultima dieta.
“Ella se pesa casi diario, cuida las calorias de lo que come, suma y resta cifras, se mide la panza, la cantidad de grasa acumulada, corre tantos minutos, lo hace con un cronómetro en la mano. Ella tampoco está loca“, dijo Ana un día.
La libreta le costó 5 pesos. La compró en la papelería, la papelería en la que trabaja una chica que tiene una calculadora y una caja registradora junto a ella. “Es de las mías“, se enorgullece Ana.
Para burlarse de sus amigos la nombró “La libreta de la loca Ana“.
La libreta de la loca Ana está guardada con llave en un cajón del cuarto donde duerme.
Por las noches, después de leer, ver la televisión y hacer cálculos sobre cuántos mintuos vio y también cuántos programas, guarda el cuadernillo siempre debajo de la alhomahada cuando se duerme por temor a perderlo.
Su almohada es ligera. No pesa más de 40 gramos y mide 20 por 30 centímetros de ancho y largo. Ana anotó eso también en las primeras páginas.
No crean, Ana es astuta. Es muy astuta.
Ella lo sabe. Un día un reportero de televisión se enteró de su caso. La entrevistó. Le preguntó el por qué de su simpático y extraño interés por los números. En su respuesta había pocas palabras, pero muchos números. Ana, frente a la cámara, sacó una calculadora, hizo un ecuación matemática y justificó, con cifras, el por qué de su actuación.
En un dos por tres, todos vieron cómo su cara se transformó, se quedó pasmado, su boca hizo un gran Cero, se quedó de a cinco, la boca se le torció y fue entonces cuando le cayó el 20.

El Concurso

Ayer fui a un concurso de gritones organizado por el pueblo.
Una persona en el ayuntamiento pensó que podría ser interesante conocer al personaje con el pulmón y las cuerdas vocales más potentes. Así que ahí estaba, sentado, esperando que comenzaran las eliminatorias.
El primero en subir al escenario fue un señor requete gordo. Pesaba no sé cuántos kilos, iba acompañado de su esposa, una mujer flaquita que le dio una palmadita en el hombro mientras un miembro de la organización anunciaba su nombre a toda la gente.
Serio, muy serio, el señor dijo que se llamaba Joaquín. Después apretó el pecho con la mano derecha y gritó tan fuerte que hizo volar las gorras de los que estaban sentados en la primera fila.
Un aparato electrónico, situado en el escenario, mostró los decibelios. Yo no sé nada de esto, pero parece que lo hizo bien porque todos gritaron de emoción o de susto, vaya uno a saber.
Una señora muy alta y risueña, vestida de negro, fue la siguiente en subir. La gente, preparada, se había puesto ya los protectores para los oídos que nos dieron en la entrada.
- ¡Ahhhhhhhhhhhggggggggggggggrrrrrrrrr!
Ese no había sido un grito, había sido un verdadero aullido. Todos vimos cómo su cara se transformó mientras gritaba y fuimos capaces de ver hasta lo más profundo de su garganta.
Fue un buen grito, dijeron todos, pero no mejor que el anterior.
El desfile continuó por horas y horas. Subieron a un niño, a una bebé que no paró de llorar, a un viejo que apenas podía caminar, al vendedor de frutas del mercado.
Eliminaron a los más débiles y quedaron los mejores. Todos en el pueblo quisieron probar suerte. Algunos que presenciaron la competencia se retiraron porque los gritos habían dañado sus oídos y varias ventanas de los vecinos se habían roto.
Ya por la tarde, los padres de un niño habían escuchado hablar del concurso y decidieron llevarlo a la fuerza minutos antes de darse a conocer el ganador.
Yo vi la escena a lo lejos: el hijo furioso por haberlo sacado mientras veía la tele forcejeaba con los papás.
Cerca del escenario, su enfado se tradujo en un grito sonoro que hizo retroceder a los dos y consiguió mover los cachetes del señor gordo, despeinar a la señora del vestido negro, despertar al viejito que dormía ajeno a todo, silenciar a la bebé y provocar que mucha gente buscara refugio asustada.
En ese momento el jurado supo que tenía al ganador.

La Pluma

Todo comenzó con la pluma negra que le regalaron en su cumpleaños. Era bonita, se le podía cambiar la tinta, se la dieron para dibujar y hacer la tarea. Venía en un estuche también negro, junto a una libreta y un moño rojo.
Pero rápido Juan perdió la cordura. Ignoró la libreta, sacó la pluma y comenzó a escribir sobre cualquier superficie, rugosa, lisa, grande, pequeña, daba igual.
Lo primero que hizo fue llenar las paredes de su habitación con frases incongruentes, luego pasó a las sábanas blancas de la cama, continuó con el piso de su habitación. Escribió sobre la televisión, el DVD y la mesa. Cuando sus padres se habían dado cuenta de que la nueva afición iba en serio era muy tarde: su cuarto y la piel del perro chihuahua parecían un bloc de notas.
El siguiente paso parecía obvio: como si tratará su piel como hoja de papel se rayó todo el cuerpo, se inventó algunas historias. Escribía también en los azulejos de la regadera cuando su mamá lo bañaba y los platos mientras comía.
Cuando iba a clases escribía en el asfalto durante el camino de ida. Y también hacía lo mismo de vuelta.
Sus padres no sabían qué hacer con él porque no paraban de limpiar y limpiar. Un día lo llevaron con el psicólogo, pero antes de abordar el tema, el diván en el que se sentaba había sido rayado al igual que las gafas y los diplomas colgados en las paredes.
En la escuela sucedió más o menos lo mismo, no atendía a la maestra y prefería escribir encima de las plantas que diseccionaba en las clases de biología, sobre las reglas durante geometría, la calculadora en matemáticas y el tubo de ensayo en química.
La broma terminó cuando sus padres decidieron seguirle el juego usando plumas de otros colores. Escribieron en su habitación, en su cama, su televisión, sobre sus camisetas favoritas y hasta en la pluma que le habían regalado dejaron la frase “Esta pluma no se toca“.
Mientras dormía, le dibujaron bigotes, barba y unas gafas grandes y negras y le dejaron en la mesa una computadora y una nueva libreta para que continuara las historias.
Al día siguiente, cuando Juan se vio frente al espejo, se río de sí mismo. Se limpió la cara, se borró las frases que se había escrito en la mano y tomó la libreta para continuar.

El Hombre que habla con los bichos

El día que todos los bichos de la gran ciudad decidieron rebelarse contra los humanos el mundo se enteró que había un hombre capaz de hablar con ellos.
Un hombre que no se sentía nada especial, que lo único de lo que podía presumir era de tener un don que adquirió cuando era niño.
La gente supo que existía en un momento de emergencia para la ciudad porque los bichos ya habían obligado a los habitantes a salir de sus casas y departamentos.

- Yo les digo que se tranquilicen. Todos tranquilos, que se irán-, dijo el hombre que hablaba con los bichos frente a las cámaras de televisión.

El gobernador le había encomendado la tarea de platicar con ellos y negociar.
Al día siguiente el hombre que habla con los bichos salió a la calle, coloco las gafas negras en su lugar, sacó el maletín rojo, la grabadora de voz para registrar las conversaciones, una pluma y una libreta donde haría anotaciones.
El hombre que habla con los bichos reunió en un parque a los líderes para negociar: una araña, dos moscas, un mosquito parlanchín y una cucharacha. La expectación fue máxima.
El hombre puso el maletín en el suelo, sacó de él la grabadora y un micrófono pequeño, diminuto, especial para bichos.
La plática comenzó tensa. Los insectos no querían dejar las casas porque decía que vivían más cómodos que antes. La araña dirigió la charla.

- Parece que nadie los quiere ahí dentro.
- Nos quieren pero no se dan cuenta
- A mí me dijeron lo contrario
- Nos necesitan, pero no nos respetan
- ¿Cómo?
- Utilizan insecticidas sin nuestro consentimiento
- Obvio
- ¿Cómo que obvio?
- De qué manera podrían enterarse que a ustedes no les gustan los insecticidas, si no pueden hablar con ellos. Además usan insecticidas porque los quieren lejos.
- No es verdad.
- Sí que lo es, ensucian mucho, dan asco.

La plática duró tres días. Durante ese tiempo los bichos se fueron relajando. La charla pasó de un tema a otro, hablaron de futbol, cine y música. En más de un momento, los bichos se olvidaron de los problemas con los humanos. Contaron chistes sobre humanos y también sobre insectos, tan buenos que todos se morían de la risa.

- Nos caes bien humano. Los dejaremos en paz. Pero sólo si nos hacen reír tanto como tú lo has hecho. Es que a veces son tan aburridos.
- Sí. Somos aburridos.

El hombre que habla con los bichos difundió el mensaje de los insectos y se creó una ley para que cada vez que alguien se encontrara a uno de estos animales rondando dentro de su casa, en lugar de matarlo, le contara un chiste.

jueves, 24 de abril de 2008

La Señora Boca Grande

La señora Boca Grande tenía la boca tan grande que le daba la vuelta a toda la cara.
Cuando se reía su cabeza casi se partía en dos. La parte de arriba parecía siempre que se le iba a caer, pero se la acomodaba con las manos cuando no había otro remedio.
Lo malo es que a la pobre señora boca grande le encantaba contar chistes y reírse a todo pulmón.
Imaginen los problemas de equilibrar sus enormes risotadas y de mantener la compostura con todo y su boca.
Un día la señora boca grande, hastiada de lastimarse el cuello cada pequeña sonrisa decidió que un médico debía corregir semejante atrocidad.
La cirugía plástica duró muchas horas. Los médicos tuvieron que cortar gran parte de su boca y gastar mucho hilo para coser las heridas.
El resultado fue un éxito.
La señora Boca Grande salió de la sala de operaciones con una boca pequeñísima y con el pulgar levantado hacia arriba, le dijo sus amigos que todo había salido bien.
Cuando la sangre se secó, las heridas cicatrizaron, la boca había quedado tan chica que la ex Señora Boca Grande pensó que era tan ridícula como antes.
Tan inútil y pequeña que no podía comer. El pollo tenía que triturarlo para metérselo en la boca y comía fideo por fideo para no atragantarse.
Su antigua simpatía se había esfumado.. Sus risas nunca más se escucharon y no podía contar cuentos, ni chistes, ni gastar bromas a nadie. Qué aburridas son las bocas pequeñas.
Así que tuvo que regresar con el cirujano para hacer una operación que de agrandamiento de boca. Ahora mismo está en etapa de recuperación.

La Rata Gata

Todos han visto y conocen a las ratas.
Son pequeñas, negras, grises o blancas.
Mordisquean la basura. Asustan a las señoras. Hacen gritar a los comensales cuando se meten a los restaurantes. Muerden si alguien quiere hacerles daño. Hacen ruidos muy agudos. Se mueven rápido, muy rápido.
Pero nadie ha visto a una rata que maulle. Hnasta hoy.
Es pequeña, es rápida y mordisquea la basura como los gatos, sube a las azoteas con la habilidad de un felino, tiene las garras afiladas como un gato, cuando se ve amenazada se levanta curvando el cuerpo hacia arriba, sus pelos se erizan, como hacen ¡¡los gatos!!!.
A diferencia de las otras ratas, esta rata no asusta tanto a las señoras, ni provoca gestos de rechazo cuando se acerca a las mesas de los restaurantes.
Las señoras le dan comida, para gatos obvio, y la invitan a pasar a su casa.
Los gatos de verdad se confunden cuando ven a esta rata-gata. Creen que tiene problemas de identidad. Problemas graves. O quizás sea superior a todos los de su raza y merece un respeto especial porque se trata de una gata rata respetada entre las ratas, los gatos y también los humanos.
Como sea tenía popularidad, aunque sabía que algún día pronto terminaría.
Un grupo de gatos y gatas le dijeron que ya estaba bien. Que la broma había sido buena, pero que no podía andar por ahí en la calle caminando como una gata sin afrontar las consecuencias.
La rociaron con agua, la corretearon diez calles, la arañaron por todo el cuerpo, le dieron de tomar leche agria, hasta que la rata gata se rindió y juró ser de ahora en adelante una rata-rata.
Un mes después, me contó una gata, la rata ya ladraba a las palomas, comía huesos y juraba ser el mejor amigo del hombre.