Todos han visto y conocen a las ratas.
Son pequeñas, negras, grises o blancas.
Mordisquean la basura. Asustan a las señoras. Hacen gritar a los comensales cuando se meten a los restaurantes. Muerden si alguien quiere hacerles daño. Hacen ruidos muy agudos. Se mueven rápido, muy rápido.
Pero nadie ha visto a una rata que maulle. Hnasta hoy.
Es pequeña, es rápida y mordisquea la basura como los gatos, sube a las azoteas con la habilidad de un felino, tiene las garras afiladas como un gato, cuando se ve amenazada se levanta curvando el cuerpo hacia arriba, sus pelos se erizan, como hacen ¡¡los gatos!!!.
A diferencia de las otras ratas, esta rata no asusta tanto a las señoras, ni provoca gestos de rechazo cuando se acerca a las mesas de los restaurantes.
Las señoras le dan comida, para gatos obvio, y la invitan a pasar a su casa.
Los gatos de verdad se confunden cuando ven a esta rata-gata. Creen que tiene problemas de identidad. Problemas graves. O quizás sea superior a todos los de su raza y merece un respeto especial porque se trata de una gata rata respetada entre las ratas, los gatos y también los humanos.
Como sea tenía popularidad, aunque sabía que algún día pronto terminaría.
Un grupo de gatos y gatas le dijeron que ya estaba bien. Que la broma había sido buena, pero que no podía andar por ahí en la calle caminando como una gata sin afrontar las consecuencias.
La rociaron con agua, la corretearon diez calles, la arañaron por todo el cuerpo, le dieron de tomar leche agria, hasta que la rata gata se rindió y juró ser de ahora en adelante una rata-rata.
Un mes después, me contó una gata, la rata ya ladraba a las palomas, comía huesos y juraba ser el mejor amigo del hombre.
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