Ayer fui a un concurso de gritones organizado por el pueblo.
Una persona en el ayuntamiento pensó que podría ser interesante conocer al personaje con el pulmón y las cuerdas vocales más potentes. Así que ahí estaba, sentado, esperando que comenzaran las eliminatorias.
El primero en subir al escenario fue un señor requete gordo. Pesaba no sé cuántos kilos, iba acompañado de su esposa, una mujer flaquita que le dio una palmadita en el hombro mientras un miembro de la organización anunciaba su nombre a toda la gente.
Serio, muy serio, el señor dijo que se llamaba Joaquín. Después apretó el pecho con la mano derecha y gritó tan fuerte que hizo volar las gorras de los que estaban sentados en la primera fila.
Un aparato electrónico, situado en el escenario, mostró los decibelios. Yo no sé nada de esto, pero parece que lo hizo bien porque todos gritaron de emoción o de susto, vaya uno a saber.
Una señora muy alta y risueña, vestida de negro, fue la siguiente en subir. La gente, preparada, se había puesto ya los protectores para los oídos que nos dieron en la entrada.
- ¡Ahhhhhhhhhhhggggggggggggggrrrrrrrrr!
Ese no había sido un grito, había sido un verdadero aullido. Todos vimos cómo su cara se transformó mientras gritaba y fuimos capaces de ver hasta lo más profundo de su garganta.
Fue un buen grito, dijeron todos, pero no mejor que el anterior.
El desfile continuó por horas y horas. Subieron a un niño, a una bebé que no paró de llorar, a un viejo que apenas podía caminar, al vendedor de frutas del mercado.
Eliminaron a los más débiles y quedaron los mejores. Todos en el pueblo quisieron probar suerte. Algunos que presenciaron la competencia se retiraron porque los gritos habían dañado sus oídos y varias ventanas de los vecinos se habían roto.
Ya por la tarde, los padres de un niño habían escuchado hablar del concurso y decidieron llevarlo a la fuerza minutos antes de darse a conocer el ganador.
Yo vi la escena a lo lejos: el hijo furioso por haberlo sacado mientras veía la tele forcejeaba con los papás.
Cerca del escenario, su enfado se tradujo en un grito sonoro que hizo retroceder a los dos y consiguió mover los cachetes del señor gordo, despeinar a la señora del vestido negro, despertar al viejito que dormía ajeno a todo, silenciar a la bebé y provocar que mucha gente buscara refugio asustada.
En ese momento el jurado supo que tenía al ganador.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario