sábado, 14 de junio de 2008

La Pluma

Todo comenzó con la pluma negra que le regalaron en su cumpleaños. Era bonita, se le podía cambiar la tinta, se la dieron para dibujar y hacer la tarea. Venía en un estuche también negro, junto a una libreta y un moño rojo.
Pero rápido Juan perdió la cordura. Ignoró la libreta, sacó la pluma y comenzó a escribir sobre cualquier superficie, rugosa, lisa, grande, pequeña, daba igual.
Lo primero que hizo fue llenar las paredes de su habitación con frases incongruentes, luego pasó a las sábanas blancas de la cama, continuó con el piso de su habitación. Escribió sobre la televisión, el DVD y la mesa. Cuando sus padres se habían dado cuenta de que la nueva afición iba en serio era muy tarde: su cuarto y la piel del perro chihuahua parecían un bloc de notas.
El siguiente paso parecía obvio: como si tratará su piel como hoja de papel se rayó todo el cuerpo, se inventó algunas historias. Escribía también en los azulejos de la regadera cuando su mamá lo bañaba y los platos mientras comía.
Cuando iba a clases escribía en el asfalto durante el camino de ida. Y también hacía lo mismo de vuelta.
Sus padres no sabían qué hacer con él porque no paraban de limpiar y limpiar. Un día lo llevaron con el psicólogo, pero antes de abordar el tema, el diván en el que se sentaba había sido rayado al igual que las gafas y los diplomas colgados en las paredes.
En la escuela sucedió más o menos lo mismo, no atendía a la maestra y prefería escribir encima de las plantas que diseccionaba en las clases de biología, sobre las reglas durante geometría, la calculadora en matemáticas y el tubo de ensayo en química.
La broma terminó cuando sus padres decidieron seguirle el juego usando plumas de otros colores. Escribieron en su habitación, en su cama, su televisión, sobre sus camisetas favoritas y hasta en la pluma que le habían regalado dejaron la frase “Esta pluma no se toca“.
Mientras dormía, le dibujaron bigotes, barba y unas gafas grandes y negras y le dejaron en la mesa una computadora y una nueva libreta para que continuara las historias.
Al día siguiente, cuando Juan se vio frente al espejo, se río de sí mismo. Se limpió la cara, se borró las frases que se había escrito en la mano y tomó la libreta para continuar.

No hay comentarios: