lunes, 29 de septiembre de 2008

El Ratón y el Elefante

Un día un ratón se levantó por la mañana con una oreja de elefante grande grande pegada a su cabeza.
Al mismo tiempo, pero en otra parte del mundo, a un elefante azul le habían brotado cuatro patas de ratón.
El ratón se vio en un espejo y no lo podía creer. Intentó correr pero sus grandes orejas se lo impidieron.
El efante se dio cuenta de su transformación cuando vio su silueta reflejada en el estangue donde tomaba agua. Al intentar inclinarse se cayó por el peso del cuerpo y entonces supo que algo había cambiado.
Aunque fue difícil adaptarse a sus nuevos elementos, con el tiempo ambos lo hicieron.
Los dos se sintieron ridículos e inútiles hasta que descubrieron que sus nuevos miembros le permitían hacer cosas que antes no podían. Aunque había perdido estatura, el pesado y lento elefante podía correr más rápido que todos sus compañeros.
El ratón, por su parte, ahora no sólo podía oler la comida, su oreja le permitía escuchar voces lejanas y conocer sitios donde había alimento y protección.
Después de algunas semanas, misteriosamente, la oreja del elefante cayó como una hoja de otoño de la cabeza del ratón y brotó una nueva, mucho más pequeña. Mientras dormía junto a varios colegas, las patas de ratón se borraron del cuerpo del elefante azul y en su lugar surgieron las viejas y gruesas patas que tuvo siempre.
Los dos suspiraron aliviados por volver a su forma original. Pero lo que no sabían es que, como si fuera una enferemdad, el virus de las mutaciones continuó por las selvas y los bosques.
De la noche a la mañana a una águila le creció una pata de pato, al pato unas pezuñas de tigre, al tigre unas alas de vampiro, al vampiro unos cuernos de toro, al toro unas plumas de guajolote, al guajolote patas de de jirafa y a la jirafa una gran cola de chango.

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