lunes, 1 de diciembre de 2008

Hoy me lelvanté

Hoy me levanté con una sensación extraña.
Apenas me desperté, me toqué la cara y descubrí que mis labios eran más grandes y gruesos que ayer. Enormes, más grandes que mi nariz y mis ojos juntos, pero no más que mis orejas.
Mis orejas también crecieron, parecen mariposas, si las midiera con una regla serían más grandes que mis brazos.
Pero mis brazos también han cambiado, parecen fideos y se han encogido a la mitad. Mis dedos, al contrario, crecieron el doble. Soy un monstruo. Miro hacia abajo para ver que mi columna vertebral ya no es vertical, es más bien horizontal.
Uno de mis pies encogió, pero el otro creció un poquito. Mis dedos son negros, pero no todos, uno se pintó de rojo y otro de amarillo. ¡Soy un monstruo!
Mis párpados parecen de tela y me cuelgan hasta la barbilla como si fueran una larga cortina.
Mi barbilla tuvo suerte, sigue en su lugar, no así mis cachetes que se subieron hasta la frente.
¿Y mi frente? Continúa donde estaba, aunque la noto cada vez más blanda. Mi cabello creció un poco, pero se enroscó y ahora es difícil de desenmarañar.
Tengo que ir al baño, ver cómo puedo resolver esta desgracia, encontrar rápido una solución porque no puedo salir a la calle así.
Camino, pero una actividad tan sencilla se vuelve imposible, así que me arrastro.

- ¡Matías, vente ya a desayunaaaaaaaaaaaaaar! – escucho que gritan desde la cocina. Seguramente es mi mamá.
- ¡Ya voy! – le respondo.

Al llegar al espejo, abro la llave y me mojo el rostro. Me seco con una toalla, enfoco la mirada en mi imagen y suspiro porque todo ha sido una pesadilla.

¡Hay un chango en mi sopa!

Ana tenía mucha hambre después de tanto caminar. Así que sin pensarlo dos veces entró a un extraño lugar. El restaurante estaba solo. Se sentó en la mesa del centro, pidió el menú y ordenó la comida. El primer plato llegó, con una ingrata sopresa.

- Señorita mesera - gritó- , hay un chango peludo en mi sopa.
- No se preocupe, no tiene nada que temer, es muy simpático y todavía no aprende a morder.
- Lo siento señorita, esto no lo puedo aceptar, le ruego por favor me lo mande a cambiar.

Dos minutos más tarde, el plato regresó con otro ingrediente especial.

- Señorita mesera, hay un gato con tenis en mi sopa.
- No se preocupe, no tiene nada que temer, es muy callado y sabe correr.
- Lo siento señorita, no lo puedo aceptar, le ruego por favor me lo mande a ronronear.

Después de algunos minutos, el plato regresó, con otro animal, éste más grande y mucho más elegante.

- Señorita mesera, hay un pingüino en mi sopa.
- No se preocupe, no tiene nada que temer, es muy educado y sabe tejer.
- Lo siento señorita, no lo puedo aceptar, le ruego por favor me lo mande a un glaciar.

Después de regresar de la cocina, la mesera regresó con otro animal, más gordo y con aires de intelectual.

- Señorita mesera, hay un rinoceronte con lentes en mi sopa.
- No se preocupe, no hay que temer, es muy simpático y hasta sabe leer.
- Lo siento señorita, no lo puedo aceptar, le ruego por favor que lo lleve a un recital.

Ni tardo ni perezosa, la mesera volvió corriendo, sudando la gota gorda.

- Señorita mesera, hay un camaleón en mi sopa.
- No se preocupe, no tiene nada que temer, cambia de color y además le da muy buen sabor.
- Lo siento señorita, esto no lo puedo acepar, le ruego por favor que a mi sopa no se venga a camuflar.

Cansada de tanto ir y volver, la mesera por fin llevó el plato sin ningún animal. Ana ya no deseaba que nadie jugara en su sopa. Sin embargo, escondida entre los fideos, una mosca nadaba alegre. Ana, tenía tanta hambre que no pudo esperar más, así que se apretó la nariz, cerró los ojos, miró hacia arriba y se engulló al animal.

La Vaca indecisa

Había una vez una vaca tan, tan, tan , pero tan gorda, que los que la veían la confundían con un elefante.

- Miren a ese elefante blanco con manchas negras, decía la gente que la veía por el campo.

Y ella se ponía triste, triste. Así que decidió ponerse a régimen, empezó a comer poco, rechazaba la pastura, bebía el agua suficiente, corría de un lado al otro del establo, hacía ejercicio todo el día, levantaba a las otras vacas para fortalecerse y dormía poco.
En un mes de dieta, la vaca había bajado tanto de peso que era irreconocible.
Así que había una vez una vaca tan, tan, tan, pero tan flaca, que la gente pensaba que era un perro.

- Miren a ese perro blanco, con manchas negras, qué raro.

Confundida, la vaca, comenzó a comer otra vez. Sólo grasas para subir pronto de peso y sentirse más fuerte. Así que redobló el ejercicio, no quería sólo ser más pesada, sino fortalecer sur músculos, ser más atractiva.

Así que había una vez una vaca tan, tan, tan pero tan musculosa y fuerte, que la gente la confundió con un felino.

- Miren a ese felino blanco, con manchas negras, qué fea que está, le gritaron.

Todavía más triste, la vaca dedicó sus ejercicios a ponerse más guapa, dejó el ejercicio, utilizó la pastura para hacer tintas de colores y maquillarse, se hizo un collar con las piedras que encontró a su paso y con una rama se peinó para estar a la moda.

Así que había una vez una vaca tan, tan, tan, pero tan glamorosa que se veía muy artificial.

- Miren a ese felino blanco con manchas negras que parece vaca, está muy guapa, pero seguramente es muy tonta, susurraron a su lado.

Totalmente desesperada y con más peso que antes, la vaca decidió que tenía que leer todos los días los periódicos, adquirió muchos libros y unas gafas para ver de cerca.

Así que había una vez una vaca, tan, tan, tan, pero tan intelectual, que la gente dudó de ella.

- Miren a esa vaca, se ve que es muy pretenciosa.

Cansada de todo, la vaca tiró sus pertenencias a la basura, sólo guardó en el establo los libros y el maquillaje que más le gustaron y decidió engordar y ser una vaca en toda la palabra. Gorda, gorda, pero muy vaca.

La Señora come moscas

Una señora vieja, muy vieja se tragó una mosca mientras dormía con la boca abierta en su mecedora.
Dentro de su estomago, la mosca creció y creió y se hizo vieja en unos pocos días.
De todo esto la vieja no pudo enterarse porque seguía dormida. Cuando despertó, la mosca quería ya irse a buscar otro lugar para vivir, pero la vieja tenía ahora la boca cerrada.
Así que esperó unas horas más para que la señora se volviera a dormir a pierna suleta y volviera a suceder.
Pero no pasó nada.
La vieja fue al cine, y se mantuvo atenta a la película, sólo abría la boca para comer palomitas o tomar refresco.
Después la viejita caminó en el parque y dio de comer a los pájaros las pocas palomitas que quedaron en la bolsa. Y la mosca esperó paciente.
Cuando regresó a su casa, cansada después de cocinar y de comer y hacer el aseo, se sentó a ver la tele en su silla.
En ese momento se durmió profundamente, pero la mosca, cansada de tanto esperar y de vagar de ahí para allá en el estómago, se durmió también y perdió la oportunidad.
Al día siguietne conoció a más moscas que como ella se habían metido al cuerpo. Eran muchas, estaban contentas ahí adentro, pero ya querían buscar otros aires.
Como ella, habían tratado de salir antes, pero justo cuando se dirigían por la garganta, la viejita siempre se despertaba dejandolas sin oportunidad de salir. O cuando por fin se dormían, las moscas también tenían sueño, pues aunque no lo crean, las moscas también duermen.
Al día siguiente planearon su gran fuga. Habían decidido permanecer en vela toda la noche no importara lo cansada que estuvieran. Si alguna de ellas intentaba dormirse se daban codazos entre ellas para despertarse unas a otras.
Cuando por fin se durmió, las moscas salieron disparadas. Todas escaparon menos una, que llegó en el mismo momento que el nieto que la despertó a empujones sólo para decirle:

- Abuelita, no duermas con la boca abierta que se te meten las moscas.

lunes, 29 de septiembre de 2008

El Ratón y el Elefante

Un día un ratón se levantó por la mañana con una oreja de elefante grande grande pegada a su cabeza.
Al mismo tiempo, pero en otra parte del mundo, a un elefante azul le habían brotado cuatro patas de ratón.
El ratón se vio en un espejo y no lo podía creer. Intentó correr pero sus grandes orejas se lo impidieron.
El efante se dio cuenta de su transformación cuando vio su silueta reflejada en el estangue donde tomaba agua. Al intentar inclinarse se cayó por el peso del cuerpo y entonces supo que algo había cambiado.
Aunque fue difícil adaptarse a sus nuevos elementos, con el tiempo ambos lo hicieron.
Los dos se sintieron ridículos e inútiles hasta que descubrieron que sus nuevos miembros le permitían hacer cosas que antes no podían. Aunque había perdido estatura, el pesado y lento elefante podía correr más rápido que todos sus compañeros.
El ratón, por su parte, ahora no sólo podía oler la comida, su oreja le permitía escuchar voces lejanas y conocer sitios donde había alimento y protección.
Después de algunas semanas, misteriosamente, la oreja del elefante cayó como una hoja de otoño de la cabeza del ratón y brotó una nueva, mucho más pequeña. Mientras dormía junto a varios colegas, las patas de ratón se borraron del cuerpo del elefante azul y en su lugar surgieron las viejas y gruesas patas que tuvo siempre.
Los dos suspiraron aliviados por volver a su forma original. Pero lo que no sabían es que, como si fuera una enferemdad, el virus de las mutaciones continuó por las selvas y los bosques.
De la noche a la mañana a una águila le creció una pata de pato, al pato unas pezuñas de tigre, al tigre unas alas de vampiro, al vampiro unos cuernos de toro, al toro unas plumas de guajolote, al guajolote patas de de jirafa y a la jirafa una gran cola de chango.

lunes, 25 de agosto de 2008

El Conejo y el Coyote

Francisco Toledo y su hija Natalia presentarán la próxima semana "El Conejo y el Coyote", cuento inspirado en la tradición zapoteca. El libro está editado por el FCE.
Aquí más información.

viernes, 22 de agosto de 2008

Una autora

Tessie Solinís es , para mí, una de las mejores escritoras de cuentos para niños. Sin embargo, su faceta literaria no es tan conocido tanto como su activismo ecológico.
Esta es su nuevo sitio de internet donde podrán ver cuentos que ya ha publicado y, lo mejor, cuentos inéditos.